Llegando a las puertas de la sede ubicado en la calle 4
entre 51 y 53 nos encontramos con una
imponente escritura en azul “Club de gimnasia y esgrima La Plata” que cruza la
parte superior a la entrada principal, en ella nos reciben un par de yelmos
ubicados a cada lado que parecen
resguardar el lugar.
En el hall de entrada dispuestos en el centro se colocan una
serie de asientos grises para quien aguarda, el sonido del eco de quienes
practican a pocos metros en la cancha invade todo el lugar, es el repiqueteo de
la pelota junto con algunos gritos: “es mía”,
“estoy libre”.
El murmullo de quienes entran y salen casi mecánicamente
ahoga el sonido de la práctica en el gimnasio. Una sonrisa, un gesto amable, un
chiste interno, las palabras cruzan de un lado a otro en boca de quienes transitan
con prisa, cargando pilas de papeles entre sus manos.
Los trajes no son moneda corriente, acá las zapatillas sport
y el silbato que cuelga, impune, en los cuellos, es una visión generalizada.
A lo largo de las paredes se vislumbran resplandecientes
trofeos de todos los tamaños, testigo de las victorias de los jugadores que
pertenecen al club, también se ven algunas placas con inscripciones varias,
algunas fotos que rememoran viejos tiempos.
Paralela a la entrada, del otro lado de la habitación,
podemos ver una puerta más, de vidrio y con marcos de madera, a cada extremo se
ubican otros dos yelmos y en la parte superior un tercer guardián vigila.
Una fila de cuadros que se hallan a lo largo de las paredes
enmarcan las camisetas que recorren 125 años de historia, el suelo de cerámico impoluto
es testigo mudo de un numero incontable de personas que entran y salen del
lugar.
Al finalizar la jornada las luces se apagan, la actividad y el murmullo cesan y el aroma a café se disuelve en el aire.
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